Los probióticos son preparados microbianos seleccionados, concentrados, secados, pero revivificables, en las condiciones del intestino, que se consideran legalmente como aditivos para pienso.
En la actualidad, para tratar de controlar una eventual agresión por gérmenes patógenos se recurre en nuestro país de forma mayoritaria a la utilización de premezclas medicamentosas pero, por una parte, las normas básicas sobre el uso prudente de los antibióticos y, por otra, la presión por parte del consumidor para que se utilicen piensos cada vez más "naturales", obligan a pensar en alternativas a esta práctica tan usual.
Los probióticos constituyen, precisamente, una de las estrategias posibles para optimizar los mecanismos de defensa del lechón ante una eventual agresión patógena a nivel intestinal.
El mecanismo de acción en el que se basan es, fundamentalmente, el de la exclusión competitiva. En otras palabras, la inoculación por vía oral de microflora adecuada para nuestros intereses productivos, actúa como barrera del desarrollo de la microflora patógena. Esto lo consiguen por diferentes medios: algunos probióticos producen enzimas, otros producen sustancias bactericidas de tipo antibiótico, ácidos orgánicos, peróxido de hidrógeno, etc., otros ocupan enclaves (receptores) que impiden la adhesión de las bacterias patógenas, otros por su alta capacidad de multiplicación consumen los nutrientes disponibles e impiden que los patógenos se desarrollen, etc. y, en general, estimulan la producción enzimática digestiva y el sistema inmunitario.
Recomendaciones prácticas en la utilización de probióticos en piensos para lechones:
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En principio, la utilización conjunta de antibióticos y probióticos es contradictoria, a no ser que tengamos garantías de que la cepa del microorganismo utilizado sea resistente al antibiótico recetado. Sin embargo, si esto es así, la viabilidad legal futura de este probiótico puede estar comprometida, salvo que se demuestre que ésta cepa no puede transmitir genéticamente su resistencia a otros microorganismos.
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Los momentos más indicados para la utilización de probióticos son aquéllos en los que la microflora intestinal del lechón está por desarrollar, o ante situaciones de posible cambio de la misma. Es decir: nacimiento, después de un tratamiento con antibióticos, o bien ante situaciones de stress (destete, cambios de instalaciones, transportes, cambios bruscos de temperatura, altas densidades, etc.).
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Utilizar otros aditivos complementarios. Consideremos que la fase de lactación es delicada desde el punto de vista sanitario y que la cantidad de pienso que consume un lechón en este periodo supone un porcentaje relativamente pequeño en relación al consumo total de pienso a lo largo de toda la vida del animal. Por ello esta justificado, técnica y económicamente, el uso de otros aditivos en este momento. Posibles incorporaciones serían los ácidos orgánicos e inorgánicos, enzimas, derivados de la pared celular de levaduras, extractos de hierbas o especias, o los prebióticos (fructo-oligosacáridos). Todo ello en armonía con una composición en materias primas y nutrientes del pienso, adecuada a las características productivas del animal y su entorno.
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Utilizar un probiótico resistente a los tratamientos tecnológicos que debe sufrir el pienso: granulación, contacto con minerales, almacenamiento, etc. Este es el principal problema de la utilización de los probióticos del género Lactobacillus.
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Utilizar un probiótico con alta capacidad de germinación. Se puede dar el caso que el probiótico esté tan protegido ante los procesos tecnológicos, que no tenga la opción de multiplicarse en el intestino. En este sentido sería recomendable desarrollar algunas pruebas de laboratorio para verificar esta capacidad germinativa.
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Entre los probióticos registrados y disponibles en el mercado, hay diferentes clases:
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Los consistentes en gérmenes habitantes habituales del intestino, como es el caso de todos aquellos probióticos que contienen especies del género Lactobacillus.
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Los gérmenes presentes en el intestino, pero que constituyen una flora satélite, como son los del género Enterococcus, y
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Los que no se hallan presentes en el intestino, como los del género Bacillus o Pediococcus. También se ha registrado el posible uso de Saccharomyces, pero parece que es de mayor relevancia en rumiantes, aunque en monogástricos podría desempeñar un papel de adyuvante a la digestión.
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Los probióticos del tipo Bacillus son los más estudiados, por su capacidad de esporular y en consecuencia por su mayor capacidad de resistencia ante los diversos tratamientos tecnológicos por los que debe pasar. El inconveniente es que no se adhiere a la pared intestinal, con lo que su tránsito digestivo es rápido, y por tanto debe tener una alta capacidad germinativa para ser eficaz en relación a las bacterias productoras de ácido láctico como Lactobacillus, Enterococcus o Pediococcus.
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Las pruebas experimentales en general dan mejor resultado con probióticos inespecíficos procedentes de intestino de animales sanos que con probióticos específicos. Ello se debe al mayor abanico de acciones que desarrolla una flora inespecífica. Sin embargo, dentro del ámbito de la UE, únicamente se pueden utilizar probióticos registrados que, como tales, deben ser totalmente identificables.
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Todos los probióticos registrados han tenido que presentar datos de eficiencia productiva, de calidad de producto, así como de seguridad e inocuidad tanto para el usuario como para el animal, el consumidor y el medio ambiente. En este sentido, recientemente, todos los productos registrados han tenido que completar la información relativa a la producción de toxinas, aspecto que ha dejado en el camino a algunos productos. En base a estas garantías, los criterios de elección de un producto u otro estarán en función de las condiciones de uso del mismo, así como del precio y servicio proporcionado por el proveedor.