Los productos alternativos extraídos de plantas han aparecido en el mercado de los aditivos para la alimentación animal debido a que la legislación ha restringido en gran medida el uso de antibióticos. Por desgracia, se han utilizado diferentes nomenclaturas para definirlos, sin tener en cuenta que algunos de los términos usados no son sinónimos y que su uso incorrecto puede llevar a una descripción errónea del producto. El mercado de aditivos para alimentos debe tratarlos como cualquier otro fármaco convencional, exigiendo la composición, la actividad y el control de calidad de éstos y, para ello, es necesario definir de manera correcta cada producto.
Aceites esenciales
Según Wikipedia un aceite esencial es “un líquido hidrofóbico concentrado procedente de plantas, que contiene compuestos químicos volátiles y fácilmente evaporables a temperaturas normales”. El término “esencial” no se usa en el mismo sentido que cuando hablamos de un aminoácido o un ácido graso esencial (necesario para los animales), sino que se utiliza porque contiene la esencia de las fragancias de la planta. Curiosamente, si analizamos la composición química de estos, no son ni aceites ni ácidos grasos, únicamente tienen carácter hidrófobo. Ejemplos comunes de aceites esenciales utilizados en alimentación animal son la cáscara de naranja, el orégano, el tomillo, el romero o el aceite de canela.
Los compuestos activos más comunes de estos aceites son el timol, el carvacrol, el cinamaldehído o el limoneno. Algunos productos comerciales están enriquecidos o formulados con compuestos activos fabricados sintéticamente (en lugar de extraídos naturalmente) para asegurar calidad de la composición de los productos y la mayoría se comercializan igualmente como aceites esenciales.
Aceites funcionales
Los aceites funcionales son aquellos que tienen propiedades más allá de su valor energético (Bess et a., 2012). Estas actividades varían según el tipo de aceite, e incluyen, aunque no se limitan a, propiedades antioxidantes, antimicrobianas y/o antiinflamatorias. Todos los aceites esenciales son aceites funcionales, pero no todos los aceites funcionales son aceites esenciales, ya que muchos aceites funcionales no son volátiles ni tienen fragancia. Ejemplos de ello son el aceite de ricino, el aceite de cáscara de anacardo y los ácidos grasos de cadena media, que son compuestos hidrofóbicos, pero no son volátiles y no contienen fragancia. Por lo tanto, no pueden incluirse en la clasificación de los aceites esenciales. Los aceites funcionales pueden ser o no aceites químicamente. Por ejemplo, el aceite de ricino y los ácidos grasos de cadena media son triglicéridos o ácidos grasos mientras que el aceite de cáscara de anacardo es una mezcla de alquifenoles y sus polímeros. Así pues, de nuevo encontramos una gran variedad de compuestos químicos.
Productos botánicos o fitogénicos
Los productos botánicos o fitogénicos son sinónimos y se refieren a las partes enteras o procesadas de una planta como, por ejemplo, las raíces, hojas o corteza (Díaz-Sánchez et al., 2015). Los términos "botánico" o "compuesto fitogénico" incluirían también todos los aceites funcionales y como se ha explicado anteriormente, todos los aceites esenciales se incluirían también dentro del grupo de los aceites funcionales.
Los productos botánicos o fitogénicos también incluyen compuestos no hidrofóbicos como los fructooligosacáridos (también derivados de plantas). Este ejemplo muestra lo amplias y diferentes que pueden ser las sustancias de este grupo, tanto desde el punto de vista químico como del mecanismo de acción.
La importancia de utilizar la terminología correcta
Utilizar el término correcto para describir un producto va más allá de utilizar una buena terminología científica, es el primer paso para tomar la decisión correcta respecto a que producto es el más adecuado. Los compuestos fitogénicos son muy diferentes y sus actividades también varían mucho. Nadie utilizaría un antibiótico cualquiera para prevenir o tratar cualquier enfermedad. Un buen profesional decidirá, en función del tipo de antibiótico (por ejemplo, un betalactámico, un macrólido o un ionóforo) cuál es el más adecuado para la patología a tratar. La misma lógica debe aplicarse a los compuestos fitogénicos. Por ejemplo, el timol y el carvacrol (presentes en el orégano) son diferentes del cardol y el cardanol (presentes en el aceite de cáscara de anacardo) y todos ellos son diferentes de la sanguinarina (presente en la planta Macleaya cordata).
Como consumidores de este tipo de productos, debemos pedir a nuestros proveedores la composición, la actividad y el control de calidad cómo lo haríamos con cualquier otro aditivo para alimentos "convencional". Esa debería ser la base para un uso adecuado de estos productos alternativos.