El sector porcino se enfrenta a nuevos desafíos cada día donde la bioseguridad cobra más importancia para proteger las granjas frente a patógenos externos. Podemos definir la bioseguridad como un conjunto de medidas de trabajo y protocolos de actuación en diferentes situaciones, adaptados a las necesidades y la situación de cada granja aunque, lamentablemente, en algunos casos se reduce a una lista de tareas pendientes.
Una de las mejores opciones para valorar la bioseguridad es realizar una auditoría, mediante la cual un veterinario especializado valore la situación actual y, si lo considera conveniente, proponga otras medidas adicionales. Una auditoría de bioseguridad consiste en la inspección y evaluación objetiva en un proceso transversal y complejo, que verifica las medidas actuales y pone de relieve los puntos débiles del sistema, que puede ser una única granja o bien una empresa que integre diferentes fases del proceso.
El proceso de auditoría se compone de cuatro fases principales:
Antes de cualquier evaluación, es necesario obtener toda la información posible para conocer a la perfección la granja a auditar, para valorar “a priori” los riesgos y confeccionar un mapa de los principales puntos críticos. Este trabajo se convierte en el principal punto de partida, y para ello, es imprescindible disponer al menos de:
Probablemente, la segunda fase sea la más conocida actualmente, ya que desde hace algunos años viene siendo habitual que las empresas realicen encuestas de bioseguridad. Generalmente, conviene realizar esta encuesta en la visita a la granja con el responsable o en una reunión previa, ya que permite ahondar en algunas cuestiones y detectar posibles fallos que pasarían inadvertidos si no se hiciera de forma presencial. Esta herramienta proporciona una valoración numérica en las distintas categorías que servirán de base para proponer las posibles soluciones en el informe final.
La tercera fase consiste en conocer personalmente el sistema a evaluar, sin intermediarios. En primer lugar, cabe destacar que siempre existe un riesgo asociado a la localización de la propia granja así como el relativo a la recepción de visitas, que podremos valorar “in situ”. Además, en cuanto al riesgo externo, debemos determinar cuál es el relacionado con los animales (entrada de renovación u otros animales, envíos y cargas a matadero, etc) como el que no está relacionado con ellos (flujo de personal externo, suministros y otras operaciones).
En lo referente al riesgo interno, es necesario conocer al personal que allí trabaja, el flujo interno de trabajadores y animales, las instalaciones y si existen medidas para el control de la propagación de enfermedades. No hay que olvidar revisar los protocolos de limpieza y desinfección de las instalaciones, ya que son el principal pilar de la bioseguridad. A parte de manejos y rutinas de trabajo, es de suma importancia conocer el plan inmunológico de los animales, sabiendo a qué edad se realiza, en qué grupos y cómo se lleva a cabo.
Tras analizar esta información, se genera una imagen objetiva de la granja que permitirá detectar cualquier anomalía en la bioseguridad y detectar sus puntos de mayor riesgo. Para elaborar el informe final se debe incluir, como mínimo:
Finalmente, una auditoría de bioseguridad ayuda a valorar objetivamente y a promover la continua mejora del sistema. En muchos casos, no se trata de una inversión económicamente inviable, sino de la adaptación de las infraestructuras ya existentes, del cambio de manejos y rutinas o la implantación de nuevos protocolos.