Primero debemos empezar por definir el concepto “estabilidad frente a PRRS” ya que en el campo se utiliza este término con frecuencia de forma errónea para referirse a distintos escenarios clínicos y/o epidemiológicos. La estabilidad de una granja solo se alcanza cuando cesa la circulación del virus en los reproductores, lo que conduce a su vez al cese de la transmisión transplacentaria y al nacimiento de lechones negativos al virus (Holtkamp et al., 2011). Por tanto, una granja sólo se podrá considerar estable cuando se compruebe analíticamente que, de forma sistemática, los lechones nacen negativos.
En el campo, frecuentemente se dan por estables granjas donde no se observan signos clínicos compatibles con la enfermedad. En estas granjas es frecuente que el virus circule de forma limitada, afectando a un pequeño número de reproductores, y pasando clínicamente desapercibido. Esta situación, que clínicamente podría ser aceptable, es extremadamente arriesgada desde el punto de vista epidemiológico ya que mantiene activa la infección en la granja y permite la infección de los animales susceptibles que se introduzcan en las instalaciones, lo que a su vez puede alterar el equilibrio establecido y provocar un brote de enfermedad. En este tipo de granjas, al contrario de lo que sucede en las granjas verdaderamente estables, se producirán rebrotes de la enfermedad de forma periódica.
La persistencia del virus en las granjas se puede deber a varios factores. Un factor que dificulta la eliminación del PRRSV es su relativamente elevada capacidad de supervivencia en el ambiente. A pesar de tratarse de un virus ARN con envoltura que se inactiva con relativa facilidad en condiciones experimentales, en las granjas se ha observado que es frecuente que perdure en las instalaciones contaminadas durante un periodo de tiempo suficiente para contaminar al siguiente lote de animales que entre en esa instalación. Así, se puede mantener en las maternidades e infectar lotes sucesivos de lechones si los programas de limpieza y desinfección no son lo suficientemente meticulosos y también puede persistir en las gestaciones, dando lugar a la infección de cerdas susceptibles que se alojen con poblaciones infectadas incluso cuando teóricamente son estables, a juzgar por la ausencia de signos clínicos en los reproductores.
No obstante, a pesar de la influencia que la persistencia del virus en las instalaciones pueda tener, el factor que más negativamente influye en el fracaso en alcanzar la estabilidad en una granja es la dinámica de la infección en el animal infectado. Es muy importante mantener siempre presente que cuando un animal se infecta el periodo de viremia es relativamente corto, pudiendo oscilar entre 2 y 3 semanas en animales adultos y 4 y 6 en animales en crecimiento. Sin embargo, una vez que ha cesado la viremia, el virus sigue replicándose, aunque de forma limitada, en determinados órganos, fundamentalmente del sistema linforreticular, durante periodos muy prolongados de tiempo y, desde estas localizaciones, puede llegar a las distintas secreciones orgánicas, excretarse al ambiente y conducir a la transmisión del patógeno a animales susceptibles (Batista et al., 2002). Esto dificulta enormemente los programas de adaptación de cerdas de renovación ya que cuando un animal se infecta el periodo de tiempo durante el cual permanece infectivo es muy largo. Se estima que hasta pasados al menos 8 meses de la infección es posible encontrar el virus en los animales infectados (Wills et al., 2003). Como consecuencia, la entrada continuada de animales de renovación en una granja y la infección descontrolada de estos animales durante el periodo de adaptación contribuyen al mantenimiento del virus en la población.
Por otro lado, hay que recordar que la protección cruzada entre cepas es limitada, lo que implica que la implementación de programas de vacunación como única medida de control no es suficiente ya que las vacunas no son una herramienta perfecta. Por tanto, aunque los programas de vacunación son útiles y necesarios para prevenir o limitar la gravedad de los signos clínicos asociados a la infección (Scortti et al., 2006), disminuir la excreción de virus (Pileri et al, 2017) y reducir la transmisión (Rose et al., 2015), en la mayoría de los casos no son suficientes por sí solos para controlar la circulación del virus y necesitan acompañarse de medidas de manejo que contribuyan a limitar la circulación del virus.
Por otro lado, la aparición de cepas más patógenas dificulta la estabilización de las granjas ya que estas cepas se transmiten mejor y tienen una mayor capacidad para eludir la respuesta inmunitaria del hospedador que las cepas convencionales (Trus et al. 2016), perpetuándose en el tiempo en las granjas a pesar de los esfuerzos llevados a cabo para su control.
Finalmente, otro factor nada despreciable es la posibilidad de que existan infecciones laterales. En ocasiones en granjas previamente estables se producen reinfecciones por otras cepas ajenas a la explotación que pueden entrar como consecuencia de la entrada en la granja de animales infectados, bien sea en la granja de origen o durante el transporte; de la adquisición de semen contaminado, que permite la infección de la granja de destino por la capacidad de infección venérea del virus; o por la difusión aerógena, que será más probable cuando menor sea la distancia a las granjas infectadas difusoras del virus y cuando mayor sea la virulencia de la cepa.