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Diagnóstico de enfermedades asociadas a PCV2: una cuestión de orden

Pese a la evidente utilidad del diagnóstico laboratorial, no hay que olvidar que una necropsia de campo nos hace retornar una parte de la pérdida que ha producido la muerte del animal.

El diagnóstico en medicina veterinaria debe ser un acto que incluya distintas etapas para que sea lo más fiable posible. Decir esto parece frívolo, pero vivimos en la época del “diagnóstico laboratorial”. ¿Qué significa esto? Que a menudo tomamos como elemento primordial –y en ocasiones único– el resultado de una prueba complementaria de laboratorio para realizar un diagnóstico. Esto, sin duda, es un error que nos lleva a confusión en un porcentaje alto de ocasiones.

Pongamos un poco de orden. La lógica nos dice que debemos ser sistemáticos a la hora de realizar un diagnóstico, sea de enfermedades asociadas a PCV2 o cualquier otra etiología. Y por supuesto debemos seguir una serie de pasos (Figura 1), evitando en la medida de lo posible saltarnos alguno de ellos. Debemos empezar por un diagnóstico clínico adecuado, con una exploración exhaustiva de los animales, buscando la presencia de signos que nos ayuden en el diagnóstico. En el caso de circovirosis sistémica son de sobra conocidos (pérdida rápida de condición corporal, pelaje hirsuto, diarrea, disnea, ictericia, etc.) pero no debemos olvidar que PCV2 puede participar en el complejo respiratorio con síntomas mucho más difíciles de diferenciar o en otros trastornos como las alteraciones reproductivas con nacidos débiles, nacidos muertos o momificados, síntomas todos ellos muy inespecíficos. Desde luego, en esta fase debemos incluir siempre una buena anamnesis y tener en cuenta los datos históricos de esa población –si los tuviéramos.

Esquema general del proceso de diagnóstico

Figura 1. Esquema general del proceso de diagnóstico

El segundo paso será el diagnóstico anatomopatológico macroscópico, en base a los hallazgos de necropsia de campo. Desgraciadamente, cualquier proceso en un colectivo porcino suele implicar una cierta tasa de mortalidad. Un cadáver es una pérdida potencial de beneficio, que podemos minimizar extrayéndole su único valor: información sobre la enfermedad que mató al animal. En el caso de PCV2 –cuando el cuadro es el de PMWS- podremos observar agrandamiento de los linfonodos (especialmente los inguinales superficiales y mesentéricos), edema pulmonar intersticial que nos sugiera una neumonía intersticial, concomitancia de lesiones propias de PDNS, etc., sin olvidar que el virus también puede producir alteraciones reproductivas, encontrando lechones nacidos muertos, nacidos débiles o momificados a los que podremos necropsiar y observar alteraciones cardiacas visibles. La necropsia es la única forma de darle valor a un cadáver.

Estos dos primeros pasos nos darán un diagnóstico presuntivo, que en ocasiones es suficiente para establecer un tratamiento, pero que en otras necesitará una confirmación. Por desgracia, las enfermedades asociadas a PCV2 no suelen estar entre las que producen una clínica o unas lesiones macroscópicas absolutamente distinguibles de otros procesos. Es el momento de acudir a las pruebas laboratoriales complementarias.

Utilizaremos muestras que habremos tomado durante la inspección clínica o durante la necropsia (cuidado con el tiempo que lleva muerto el animal, a veces merece la pena sacrificar alguno). De todas las técnicas laboratoriales, sin duda, las más utilizadas en el diagnóstico son la histopatología (incluyendo las técnicas tintoriales específicas como la inmunocitoquímica), la serología (especialmente las que distinguen IgG e IgM y permiten inferir si estamos en un estadio inicial o tardío de la infección, ver figura 2), las técnicas moleculares incluyendo las PCRs (tanto la clásica como la de tiempo real que permite cuantificar la cantidad de copias de ADN de PCV2 presentes en las muestras) y la hibridación in situ.

Las serologías frente a PCV2 suelen distinguir entre IgM e IgG y la q-PCR nos da información sobre la carga vírica

Figura 2. Las serologías frente a PCV2 suelen distinguir entre IgM e IgG ayudando a deducir en qué momento de la infección están los animales. La q-PCR nos da información sobre la carga vírica.

Todas ellas tienen sus ventajas y sus inconvenientes. Desde luego la histopatología nos va a ayudar a determinar la presencia de lesiones microscópicas propias de PCV2 en tejido linfoide (depleción linfocitaria e inflamación granulomatosa), pulmón (inflamación intersticial), intestino (enteritis granulomatosa) o incluso en el corazón de los fetos (miocarditis fibrótica y/o necrotizante). La inmunocitoquímica e hibridación in situ nos ayudan a confirmar que el virus está asociado a las lesiones en los distintos tejidos. Las PCRs nos ayudan a determinar la presencia del virus, son muy útiles por ejemplo para determinar el momento de viremia o la carga viral (en el caso de los fetos se acepta que más de 107 copias del genoma de PCV2 /500 ng de ADN extraído indican claramente una infección por PCV2), pero no nos permiten determinar que el virus está asociado a las lesiones características (uno de los tres criterios de Sorden –junto con la clínica y las lesiones histológicas compatibles- para diagnosticar un PMWS). Y la serología nos indica un contacto con el virus (más cercano o más lejano al momento del muestreo) pero no nos da mucha más información. Otro uso es la evaluación de las vacunaciones, aunque esto también puede ser algo confuso sólo en base a las serologías, ya que el hecho de tener una serología negativa tras una vacunación no implica que el animal no esté protegido frente al virus. E incluso se puede utilizar para determinar la presencia de IgG frente PCV2 en el fluido peritoneal de los fetos muertos, aunque no está claro que el resultado esté correlacionado con una infección intrauterina por PCV2.

Una vez que tenemos resultados laboratoriales, los uniremos al diagnóstico presuntivo y podremos obtener un diagnóstico confirmado (si es posible con los resultados obtenidos en dichas pruebas, ya que algunas veces éstos no son concluyentes).

Lo que hemos de tener en cuenta es que saltarse pasos hacia delante en este esquema siempre conlleva el riesgo de equivocarnos. Tratar de diagnosticar un proceso mediante PCR o serología sin haber hecho siquiera una buena exploración de los animales (en ocasiones sin haber usado un simple termómetro clínico) o unas cuantas necropsias es un error que debemos evitar a toda costa por cuestiones de eficacia y de economía. Una prueba laboratorial cuesta dinero. Una necropsia de campo nos hace recuperar una parte de la pérdida que ha producido la muerte del animal. No lo olvidemos.

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